18 de mayo de 2020
Presidenta Sommaruga,
Presidente Ramaphosa,
Presidente Xi,
Presidente Macron,
Presidente Moon,
Canciller Merkel,
Primera Ministra Mottley,
Sr. Secretario General,
Presidenta de la Asamblea Mundial de la Salud,
Excelencias, colegas y amigos:
Me gustaría empezar dando las gracias a todos nuestros distinguidos invitados por el apoyo que nos están brindando hoy. Gracias por tomarse el tiempo de dirigirse a esta importante Asamblea.
Gracias por sus esfuerzos por responder a la COVID-19, tanto en sus países como en el extranjero. Y gracias por su firme apoyo a la OMS en este momento crítico.
Como saben, este año es el Año Internacional del Personal de Enfermería y de Partería. Esta Asamblea pretendía ser el escenario del reconocimiento a la increíble contribución que el personal de enfermería y de partería hace cada día en todos los países.
La pandemia nos ha robado esa oportunidad. Sin embargo, solo ha servido para ilustrar por qué el personal de enfermería y de partería y todos los trabajadores sanitarios son tan importantes.
El personal de enfermería y de partería ha estado en la primera línea de la lucha contra la COVID-19 poniéndose en peligro. Muchos de estos trabajadores han hecho el mayor sacrificio al servicio de la humanidad.
El mes pasado, la OMS publicó el primer Informe sobre la situación de la enfermería en el mundo. El informe muestra que el mundo se enfrenta a un déficit de 6 millones de enfermeros y enfermeras para lograr y mantener la cobertura sanitaria universal. Pero también proporciona una hoja de ruta para que los gobiernos inviertan en la enfermería con el fin de subsanar ese déficit y avanzar hacia la cobertura sanitaria universal. Salud para todos.
Ahora más que nunca, el mundo necesita al personal de enfermería y de partería.
Únanse a mí dondequiera que estén y pónganse en pie para mostrar su agradecimiento a estos verdaderos héroes de la salud.
Las naciones del mundo nos hemos reunido para hacer frente a la crisis sanitaria definitoria de nuestro tiempo; estamos afligidos por aquellos que hemos perdido; estamos preocupados por aquellos que aún luchan por sus vidas; estamos determinados a triunfar sobre esta amenaza común; y tenemos esperanza en el futuro.
El mundo se ha visto confrontado con varias pandemias antes. Esta es la primera causada por un coronavirus. Es un enemigo peligroso y tiene una peligrosa combinación de características: es eficiente, rápido y letal. Puede actuar en la oscuridad, extenderse silenciosamente si no prestamos atención, y luego explotar de repente si no estamos listos. Y se propaga como un incendio forestal.
Hemos visto el mismo patrón repetido en ciudades y países de todo el mundo. Debemos tratar este virus con el respeto y la atención que merece.
Más de 4 millones y medio de casos de COVID-19 han sido notificados a la OMS hasta la fecha, y más de 300 000 personas han perdido la vida. Pero los números ni siquiera reflejan la mínima parte de la historia de esta pandemia. Cada vida perdida deja una cicatriz en las familias, las comunidades y las naciones. Las repercusiones de la pandemia en la salud van mucho más allá de la enfermedad y la muerte causadas por el propio virus.
La interrupción de los sistemas de salud amenaza con dar al traste con décadas de progreso en la lucha contra la mortalidad materna e infantil, la infección por el VIH, el paludismo, la tuberculosis, las enfermedades no transmisibles, las enfermedades mentales, la poliomielitis y muchas otras de las amenazas más urgentes para la salud.
Y, sin embargo, esto es mucho más que una crisis sanitaria. Se han perdido o trastocado vidas y medios de subsistencia. Cientos de millones de personas han perdido sus empleos. Hay mucho miedo e incertidumbre.
La economía mundial se dirige hacia su contracción más aguda desde la Gran Depresión.
La pandemia ha sacado lo mejor —y lo peor— de la humanidad: fortaleza y miedo; solidaridad y sospecha; compenetración y recriminación.
Este contagio expone las fisuras, desigualdades, injusticias y contradicciones de nuestro mundo moderno. Ha puesto de relieve nuestras fortalezas y nuestras vulnerabilidades. La ciencia ha sido aclamada y despreciada.
Las naciones se han unido como nunca antes, y las divisiones geopolíticas se han puesto claramente de relieve. Hemos visto lo que es posible con la cooperación, y el riesgo que corremos sin ella.
La pandemia es un recordatorio de la íntima y delicada relación entre las personas y el planeta. Cualquier esfuerzo por hacer nuestro mundo más seguro está condenado a fracasar a menos que aborde la interfaz crucial entre las personas y los patógenos y la amenaza existencial del cambio climático que está haciendo que nuestro planeta sea menos habitable.
A pesar de todo el poder económico, militar y tecnológico de las naciones, hemos sido humillados por este pequeño microbio. Si este virus nos está enseñando algo, es la humildad. Es hora de ser humildes.
Hace seis meses habría sido inconcebible para la mayoría de las personas que las ciudades más grandes del mundo se quedaran misteriosamente tranquilas; que las tiendas, restaurantes, escuelas y lugares de trabajo estuvieran cerrados; que los viajes mundiales se paralizaran; y que el simple hecho de dar la mano pudiera ser una amenaza para la vida.
Algunos términos que antes solo utilizaban los epidemiólogos, como «número de reproducción», «distanciamiento físico» y «rastreo de contactos», se han convertido en lenguaje común. En menos de cinco meses, la pandemia ha rodeado el mundo.
Todos los países —ricos y pobres, grandes y pequeños— se han visto confrontados con dificultades para hacer frente a este virus. Los países de ingresos bajos, los pequeños Estados insulares en desarrollo y los que padecen violencia y conflictos tratan de hacer frente a esta amenaza en las circunstancias más difíciles.
¿Cómo se practica el distanciamiento físico cuando se vive en condiciones de hacinamiento?
¿Cómo se queda uno en casa cuando tiene que trabajar para alimentar a su familia?
¿Cómo se practica la higiene de las manos cuando no se dispone de agua limpia?
Algunos países están logrando prevenir la transmisión generalizada en la comunidad; algunos han dictado órdenes de permanencia en el hogar y han impuesto severas restricciones sociales para suprimir la transmisión en la comunidad; algunos todavía se preparan para lo peor; y algunos están evaluando ahora la forma de aliviar unas restricciones que se han cobrado un precio social y económico muy alto.
La OMS comprende y apoya plenamente el deseo de los países de volver a ponerse en pie y a trabajar. Precisamente porque queremos que la recuperación mundial sea lo más rápida posible, instamos a los países a proceder con cautela.
Los países que avanzan con demasiada rapidez sin poner en marcha la arquitectura de salud pública necesaria para detectar y suprimir la transmisión corren un riesgo real de obstaculizar su propia recuperación.
Los primeros estudios serológicos están dibujando un panorama coherente: incluso en las regiones más afectadas, la proporción de la población con anticuerpos no supera el 20%, y en la mayoría de los lugares es inferior al 10%.
En otras palabras: la mayoría de la población mundial sigue siendo vulnerable a este virus. El riesgo sigue siendo alto y tenemos un largo camino por recorrer.
En los últimos meses hemos aprendido muchísimo sobre cómo prevenir las infecciones y salvar vidas. Pero no hay ninguna acción que haya marcado la diferencia por sí sola. No basta solo con pruebas de detección. No basta únicamente con el rastreo de contactos. No basta solo con el aislamiento, la cuarentena, la higiene de las manos o el distanciamiento físico.
Los países que lo han hecho bien han aplicado todas las medidas. Este es el enfoque integral que la OMS ha pedido de manera consistente.
No hay una bala de plata. No hay una solución simple. No hay una panacea. No hay un enfoque único para todos. Se precisa trabajo duro, fidelidad a la ciencia, aprender y adaptarse a medida que se avanza, y decisiones difíciles, por supuesto.
Pero hay muchos componentes comunes que deben formar parte de todas las estrategias nacionales: una respuesta de todo el gobierno y de toda la sociedad que involucre y empodere a las personas y comunidades para mantenerse a salvo a sí mismas y a los demás; el compromiso y la capacidad de encontrar, aislar, someter a pruebas y atender a cada caso, y de rastrear y poner en cuarentena a cada contacto; y una atención especial a los colectivos vulnerables como las personas que viven en residencias, campos de refugiados, prisiones y centros de detención.
Desde el primer día, la OMS ha estado codo con codo con los países en estas horas tan oscuras. La OMS dio la alarma temprano, y la ha dado a menudo.
Avisamos a los países, publicamos orientaciones para los trabajadores sanitarios en un plazo de 10 días y declaramos una emergencia sanitaria mundial —nuestro mayor nivel de alerta— el 30 de enero. En ese momento había menos de 100 casos y ninguna muerte fuera de China.
Hemos proporcionado orientaciones técnicas y asesoramiento estratégico basados en la ciencia y la experiencia más recientes; hemos apoyado a los países para que adapten y apliquen esas orientaciones; hemos enviado pruebas diagnósticas, equipos de protección personal, oxígeno y otros suministros médicos a más de 120 países; hemos capacitado a más de 2,6 millones de trabajadores sanitarios en 23 idiomas; hemos impulsado la investigación y el desarrollo a través del ensayo clínico «Solidaridad»; hemos hecho un llamamiento a favor de un acceso equitativo a las vacunas, las pruebas diagnósticas y las terapias a través de la iniciativa para acelerar el acceso a los instrumentos de lucha contra la COVID-19 (Acelerador ACT); hemos informado, involucrado y empoderado a las personas; hemos luchado contra la infodemia combatiendo los rumores con información fiable; y hemos pedido de manera consistente los dos ingredientes esenciales para derrotar a este virus: la unidad nacional y la solidaridad mundial.
Todos tenemos lecciones que aprender de la pandemia. Cada país y cada organización debe examinar su respuesta y aprender de su experiencia.
La OMS está comprometida con la transparencia, la rendición de cuentas y la mejora continua. Para nosotros, el cambio es una constante. De hecho, los mecanismos independientes de rendición de cuentas existentes están en funcionamiento desde que comenzó la pandemia.
El Comité Independiente de Asesoramiento y Supervisión ha publicado hoy su primer informe sobre la pandemia, en el que figuran varias recomendaciones tanto para la Secretaría como para los Estados Miembros. Con ese espíritu, acogemos con beneplácito la propuesta de resolución que tiene ante sí esta Asamblea, en la que se pide que se lleve a cabo un proceso gradual de evaluación imparcial, independiente y exhaustiva.
Para que sea verdaderamente exhaustiva, esa evaluación debe abarcar la totalidad de la respuesta brindada por todos los actores y realizarse de buena fe. Por tanto, iniciaré una evaluación independiente en el momento oportuno con el fin de examinar la experiencia adquirida y las lecciones aprendidas y formular recomendaciones para mejorar la preparación y respuesta ante una pandemia a nivel nacional y mundial.
Con todo, hay una cosa que está muy clara. El mundo nunca debe ser el mismo. No necesitamos un examen que nos diga que todos debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para asegurarnos de que esto no vuelva a suceder.
Cualesquiera que sean las lecciones que haya que aprender de esta pandemia, el mayor fracaso sería no aprender de ellas y dejar al mundo en el mismo estado vulnerable en que se encontraba antes. Si de esta pandemia se ha de extraer algo positivo, es la necesidad de un mundo más seguro y resiliente.
Este no es un mensaje nuevo. En los exámenes realizados después del brote de síndrome agudo respiratorio severo (SARS), la pandemia de gripe A (H1N1) y la epidemia de la enfermedad por el virus del Ebola en África Occidental se pusieron de relieve las deficiencias en materia de seguridad sanitaria mundial y se formularon numerosas recomendaciones para que los países subsanaran esas deficiencias.
Algunas se aplicaron; otras fueron ignoradas.
El brote de SARS dio lugar a la revisión del Reglamento Sanitario Internacional en 2005. La pandemia de gripe A (H1N1) dio lugar a la creación del Marco de Preparación para una Gripe Pandémica. Y, a raíz de los brotes de la enfermedad por el virus del Ebola de 2014 y 2015, se creó el Mecanismo de Financiación para Emergencias Pandémicas, el Programa de Emergencias de la OMS y el Comité Consultivo y Supervisor Independiente.
El mundo no necesita otro plan, otro sistema, otro mecanismo, otro comité u otra organización, sino que debe reforzar, hacer operativos y financiar los sistemas y las organizaciones existentes, incluida la OMS. Muchos de los dirigentes que han hablado hoy se han referido a estas cuestiones: hacer operativa la OMS, apoyarla y financiarla.
El mundo ya no puede permitirse la amnesia a corto plazo por la que durante demasiado tiempo se ha caracterizado su respuesta a la seguridad sanitaria. Ha llegado el momento de entretejer juntos las distintas hebras de la seguridad sanitaria mundial para formar una cadena irrompible, es decir, un marco global para la preparación frente a epidemias y pandemias.
El mundo no carece de las herramientas, los conocimientos científicos o los recursos necesarios para lograr un mundo más seguro frente a las pandemias. Lo que ha faltado es un compromiso sostenido para utilizar esas herramientas, conocimientos y recursos.
Esto debe cambiar, y desde ahora mismo.
Hago un llamamiento a todas las naciones para que resuelvan que harán cuanto esté a su alcance para garantizar que la pandemia por coronavirus de 2020 no vuelva a repetirse jamás. Hago un llamamiento a todas las naciones para que inviertan en el fortalecimiento y la aplicación de todas las herramientas que tenemos a nuestra disposición, en particular el tratado mundial que apuntala la seguridad sanitaria mundial: el Reglamento Sanitario Internacional (2005).
Para tener éxito en esta empresa, todos debemos comprometernos con la apropiación y la rendición de cuentas mutuas. Una manera de hacerlo, tal como propuso el Grupo de África el año pasado, es mediante un sistema de exámenes periódicos universales, en virtud del cual los países acuerden realizar un examen periódico y transparente de la preparación de cada país.
Desde que fuera electo en la presente Asamblea hace tres años, una de mis prioridades ha sido transformar la OMS en una Organización que sea ágil, tenga capacidad de respuesta y se centre en los efectos y el impacto.
Hace dos años presenté el 13.º Programa General de Trabajo, 2019-2023, de la OMS, que fue aprobado por esta Asamblea y es la piedra angular de nuestra transformación.
Este tiene como elemento central las ambiciosas metas de los «tres mil millones»: mil millones más de personas disfrutan de mejor salud y bienestar; mil millones más de personas se benefician de la cobertura sanitaria universal; y mil millones más de personas están mejor protegidas frente a las emergencias sanitarias. Estas son las metas que el mundo se ha fijado y que quiere alcanzar de aquí a 2023, para ir por buen camino y mantenerse en la senda para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
El informe sobre los resultados de la OMS, publicado hoy, proporciona un amplio panorama de lo que la Organización, sus Estados Miembros y sus asociados han logrado en los dos últimos años.
En lo que se refiere a la salud de las poblaciones, hemos realizado progresos importantes para mejorar el aire que respiran, los alimentos que consumen, el agua que beben y las carreteras que usan ya que, de hecho, lo más importante para tener salud son las condiciones en que viven y trabajan.
Por lo que respecta a la cobertura sanitaria universal, los dirigentes del mundo se reunieron el año pasado para refrendar la declaración política relativa a la cobertura sanitaria universal, un compromiso sin precedentes para lograr el ideal de la salud para todos.
Hemos ampliado el acceso a la prevención, la detección y el tratamiento del VIH, la tuberculosis, el paludismo, la hepatitis C, la hipertensión, la diabetes, el cáncer y otras enfermedades.
Y, para que las personas de todo el mundo estén seguras, la OMS ha investigado más de 900 sucesos en 141 países y, en los casos en que ha sido necesario, ha respondido a los mismos.
Ello incluye la coordinación de una respuesta enorme y compleja al brote de la enfermedad por el virus del Ebola en la República Democrática del Congo, que se complicó debido a la violencia, a los desplazamientos de la población y a un sistema de salud deficiente.
Todos estos esfuerzos se han apoyado haciendo mayor énfasis en la ciencia, las pruebas y los datos.
El próximo año pondremos en marcha la Academia de la OMS para impartir formación a millones de trabajadores sanitarios de todo el mundo; y, en las próximas semanas, se pondrá en marcha la Fundación de la OMS con objeto de ampliar la base de donantes.
Estoy orgulloso de los progresos que ha realizado la OMS en esta y en muchas otras esferas.
Sin embargo, todavía nos queda mucho por hacer.
Ya antes de la COVID-19, el mundo no estaba bien encaminado para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Pero la pandemia amenaza con hacernos retroceder aún más en ese sentido. Aprovecha y agudiza las deficiencias existentes en cuanto a igualdad de género, lucha contra la pobreza, eliminación del hambre y otras esferas.
Ya hemos visto las repercusiones que ha tenido la pandemia en las campañas de vacunación y muchos otros servicios esenciales de salud. Pero los desafíos a los que nos enfrentamos no pueden ser una excusa para abandonar las esperanzas de lograr las «metas de los tres mil millones» ni los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Antes bien, deben servirnos de motivación para redoblar nuestros esfuerzos y trabajar intensamente en pos del mundo más saludable, seguro y justo que todos deseamos.
Aunque ahora mismo la atención mundial esté justificadamente centrada en la COVID-19, no debemos perder de vista la importancia de mantener y acelerar otras iniciativas que han salvado millones de vidas en los últimos años, como la labor de Gavi, la Alianza para las Vacunas.
En los últimos 20 años, la Alianza Gavi ha ayudado a los países a vacunar a 760 millones de niños y prevenir así más de 13 millones de muertes. La Alianza Gavi se ha marcado el ambicioso objetivo de administrar 18 vacunas a otros 300 millones de niños de aquí a 2025.
Instamos a la comunidad mundial a que apoye la próxima reposición de fondos de la Alianza Gavi, organizada por el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, a fin de garantizar que esté plenamente financiada para su labor salvadora de vidas.
La semana pasada, mi amigo el Dr. Suwit de Tailandia me envió un mensaje en el que decía:
«De hecho, la COVID ha mostrado cómo las 'metas de los tres mil millones' de la OMS están relacionadas entre sí. La cobertura sanitaria universal desempeña un importante papel en la respuesta a la COVID en muchos países. Y las vidas de una población saludable suponen una menor mortalidad por COVID».
No puedo estar más de acuerdo.
La COVID-19 no es solo una emergencia sanitaria mundial, sino una demostración palpable de que no hay seguridad sanitaria si no se dispone de sistemas de salud resilientes o no se abordan de los determinantes sociales, económicos, comerciales y ambientales de la salud.
Más que nunca, la pandemia ilustra por qué la inversión en salud debe ser un elemento central del desarrollo. Lo repito: Más que nunca, la pandemia ilustra por qué la inversión en salud debe ser un elemento central del desarrollo.
Estamos aprendiendo por las malas que la salud no es un lujo sino una necesidad. Es una necesidad.
La salud no es un premio al desarrollo, sino una condición necesaria para él. La salud no es un gasto, sino una inversión. La salud es un camino hacia la seguridad, la prosperidad y la paz.
Hace 40 años, las naciones del mundo se unieron bajo el estandarte de la OMS para librar al mundo de la viruela. Demostraron que cuando la solidaridad triunfa sobre la ideología todo es posible.
La pandemia de COVID-19 plantea una amenaza similar no solo para la salud humana sino para el espíritu humano. Tenemos un largo camino por delante en nuestra lucha contra este virus.
La pandemia ha puesto a prueba los lazos de fraternidad entre las naciones, reforzándolos y también sometiéndolos a tensiones. Pero no los ha roto.
La pandemia de COVID-19 nos plantea dos preguntas fundamentales: ¿qué clase de mundo queremos? ¿Y qué clase de OMS queremos?
La respuesta a la primera pregunta determinará la contestación a la segunda.
Ahora más que nunca necesitamos un mundo más saludable. Ahora más que nunca necesitamos un mundo más seguro. Ahora más que nunca necesitamos un mundo más justo. Un mundo saludable, seguro y justo. Y, ahora más que nunca, necesitamos una OMS más fuerte. No hay otra forma de avanzar que no sea juntos.
Gracias, muchas gracias.